Hipnosis para tartamudez

Por Adolfo Zableh

Columnista Soho Colombia

El columnista Adolfo Zableh que vive en Colombia enfrentó la tartamudez a través de hipnosis para tartamudez. ¿Le habrá funcionado?

Todo hubiera sido más poético si este país hubiera tenido estaciones relata. Adolfo es un hombre que después de 22 años va a un consultorio para ser tratado y falla. El primer médico que buscó para tratar la tartamudez le rechazó por razones que él se guarda. Dice que no quería salir en una revista como conejillo de indias.

Supe de su negativa en la segunda sesión. No me dolió en extremo, aunque cualquier rechazo hiere el orgullo, y yo, que tengo un ego muy grande me dolió.

Adolfo buscó tres siquiatras de los cuales había pocos y uno de ellos aceptó a tratarle.

Llegué un martes a su consultorio, que por alguna coincidencia quedaba frente a mi casa. A diferencia de los otros doctores donde había ido, este no preguntó nada sobre mí. No indagó por mi vida, ni mi familia, ni mis hábitos; no hubo charlas previas para saber qué hacía yo, como si estuviera seguro de que todo saldría con la terapia hipnosis. Apenas una hoja en blanco para poner mi nombre, mi edad y responder unas preguntas del test de Roscharch.

Me puso a mirar unas imágenes de las cuales la verdad sólo vi manchas. He oído de sujetos que descubren armas, edificios, animales y hasta a su madre en esas figuras simétricas. Yo no notaba más que dibujos sin ningún significado. En las diez imágenes que me pasaron respondí varias veces que veía hojas secas y medusas. Incluso en dos ocasiones pensé varios segundos y al final apenas pude reír, no veía nada.

Minutos después, el psiquiatra me invitó a pasar. Estatura baja y una cara sonriente me recibieron. A este médico no le conté mi intención de escribir un artículo, ya que temía que también me rechazara. Pero abrió su boca para decirme: «Lo que se hable acá es estrictamente confidencial»

El diván esperaba por mí (diván es una visión idealizada del psicoanalista. Un sofá de cuero fue realmente mi destino). Yo me acosté y exploré por primera vez el consultorio. Había libros de medicina a mis espaldas, una máquina que purificaba el oxígeno y producía ozono para lograr relajación total.

Su voz bajaba a medida que la sesión avanzaba; me pedía tranquilidad, que cerrara los ojos, ordenara mi respiración y recordara más allá de mis posibilidades, al tiempo que repetía que tomara el aire lenta y profundamente «como una inspiración poética». Me insistía en eso de la confianza.

Recuerdo el asunto de la respiración. Él insistía en la importancia del ritmo y la intensidad. hubo problemas durante el proceso -el problema era mío y no del doctor, quiero aclarar-. Él, un hombre serio y profesional, puso todo de su parte, pero se estrelló de frente con alguien que simplemente no podía abrirse. Todo funcionaba bien, la terapia de hipnosis para tartamudez estaba en marcha. Lo malo es que la idea no sobrevivía más allá de quince minutos.

Con el tiempo dejamos la hipnosis a un lado para comenzar a hablar. Tal vez el médico pensaba que había comenzado mal el proceso. En las charlas volvieron varios fantasmas del pasado y uno que otro personaje actual: una mujer que me hizo escribir y -lo que es peor- publicar un libro. Hoy está casada y más que fuera de mi vida; otra mujer, con la que estoy ahora, que insiste en no ponerle el rótulo de «novios» a nuestra relación pese a que en la práctica lo somos.

En la última cita el doctor me pidió que para la siguiente sesión llevara anotados los sueños de la semana para hablar de ellos. En ese momento él no sabía que no habría una siguiente sesión. Aproveché el momento para preguntarle por qué no me había logrado hipnotizar. Me respondió que yo no era sugestionable y que tampoco mostraba señales de inmadurez. Agregó que, además, lo mío no era un hábito adquirido sino un rasgo de mi personalidad, por lo que el proceso se dificultaba. Yo le creo doctor, de verdad que le creo.

Diez sesiones pasaron y heme aquí, creyéndome capaz de pensar sobre asuntos que no resisten el menor análisis, ni mucho menos razonamientos filosóficos. Sigo hablando entrecortado, pero varias cosas nuevas me han pasado desde que finalicé el tratamiento de hipnosis para tartamudez. Ahora sueño casi todos los días con historias imposibles protagonizadas por personas reales.

Sé que las terapias fueron solo sueños e historias, pero extraño la cobija de las sesiones, intento reemplazarlas con agua caliente, pero el agua caliente nunca alcanza. El recibo del acueducto llega ahora por las nubes. Yo lo veo y maldigo tartamudeando. Podría estar hablando bien y pagar cuentas más baratas, pero otro es el camino que elegí.

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